Hoy se podría decir que vivimos en un país "peligroso". Y no, no nos referimos a esa sensación de asfixia que muchos sienten en la mañana al subirse al metro o a la idea de que todo se irá a las pailas cuando llevan a un psíquico de dudosa procedencia a la televisión (y que predice que el apocalipsis se cernirá entre nosotros pasado mañana).


Tiene que ver con que el 54% de los chilenos podrían verse afectado por tres o más tipos de catástrofes como terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis, etc. Es decir, nuestro país es el más expuesto de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos)  a desastres naturales. Es lo que señala el informe Hacia un Chile resiliente frente a desastres, elaborado por la Comisión Nacional para la Resiliencia frente a Desastres Naturales.


Gracias a los efectos de El Niño y La Niña, por ejemplo, Chile suele verse afectado por episodios de sequía o de inundaciones cada cierto tiempo. Como si fuera poco, contamos con más de mil volcanes (90 de ellos activos) y estamos en un punto “especial” del Cinturón de Fuego del Pacífico, que básicamente se traduce en terremotos y luego tsunamis. Más encima, tenemos extensas costas de baja altura que se podrían ver en peligro frente al avance del cambio climático y varias zonas con alta pendiente, que son el lugar ideal para los aluviones.
Todo esto al final implica que el Estado gaste mucha plata para arreglar estos problemas. Como para el terremoto del 2010, en el que la billetera nacional tuvo que desembolsar US$30 mil millones, alrededor del 18% del Producto Interno Bruto (PIB) de ese momento, para reparar todos los daños ocasionados. Y en promedio, desde el 1980 y el 2011 el país ha gastado cada año 1,2% del PIB por estas razones, según el informe.


Pero ante los peligros, hay diversas maneras de protegerse, que tienen que ver con la manera en que nos preparamos, en cómo actuamos y luego del desastre, cómo nos levantamos. Su eficacia, depende en gran parte del trabajo coordinado de todas las organizaciones y comunidades involucradas: investigadores, innovadores, autoridades de gobierno, empresarios, emprendedores, comunidades, y personas comunes y corrientes podemos influir en este destino y transformarlo a nuestro favor en una fuente de innovación que sirva también a otras naciones y personas en el mundo.


¿Una nueva institucionalidad?


Es por todo esto que a fines de diciembre el Gobierno se anunció la creación del Observatorio de Riesgos Socionaturales. Una nueva institucionalidad en la que participarán: Onemi, Sernageomin, Shoa, Dirección Meteorológica, Conaf y el Centro Sismológico de la U. de Chile. ¿El propósito? Coordinar el monitoreo de desastres naturales para potenciar el sistema de protección civil y promover nuevas políticas públicas en esta materia.


“La idea es poder integrar a cada uno de estos organismos que monitorean temas sismológicos, de tsunamis, climatológicos, geológicos, manejo de incendios, etc. Esto, para poder construir plataformas de evaluación de riesgos y de evaluación de impacto asociadas a desastres”.


Y esto significa que, generalmente, todos estos problemas suelen involucrar a distintas instituciones. Por ejemplo, cuando hay un incendio importante, como el de Valparaíso, ocurre un fenómeno de pérdida de la capa vegetal en zonas de ladera. Luego, en la medida que se desata un fenómeno hidrometeorológico (del estilo de las fuertes lluvias del norte en 2014), la población se expone a un desastre por remoción en masa.


Entonces, se desata una serie de eventos desafortunados (como en el libro) en los que luego de un incendio forestal, aumenta el riesgo de aluvión. Hoy, cada uno de esos temas los ve un organismo por separado. Incendios lo ve la Conaf, el tema hidrometereológico lo ve la Dirección Meteorológica y lo de remoción en masa lo ve SernaGeomin (Servicio Nacional de Geología y Minería).
“Entonces, cada uno de ellos por si solo es insuficiente en ese tipo de casos que son más complejos. La idea es que con el Observatorio podamos tener una mayor integración de datos y generar escenarios en conjunto de análisis de riesgo y en el caso que ocurra un desastre de este tipo, poder evaluar en conjunto el impacto y daño que generó”.


Este contexto emplaza a Chile como un laboratorio global en términos de desastres naturales. Se sostiene que, así como tenemos una ventaja de la calidad de nuestros cielos para la astronomía, también la recurrencia de estos fenómenos en el país nos pone en una condición particular con el resto del mundo. Aquí ocurren cosas (bastante seguido) y hay un interés del punto de vista del conocimiento y la experiencia que se genera cada vez que hay un desastre. De allí la importancia de incluirnos como sociedades educativas que involucran no solo al alumno sino más bien al entorno familiar y enriquecer la cultura de los desastres naturales tan diversos en nuestro querido Chile.

 

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